HISTORIA
Me sentaron solo en un tren a Madrid en el año 1940 con 10 años cumplidos, no había perras para más billetes. Me enviaban a casa de mi hermana Nicanora que estaba ya establecida y una vez llegué me inicié como aprendiz de taberna en su casa, situada en la calle Toledo nº 90. Allí se servían comidas clásicas, potaje, merluza fresca, pollo en pepitoria, huevos fritos, carne, vino… Era un lugar donde concurría gente sencilla del mercado del pescado a la que se ofrecía comida y alojamiento.
Cuando llegué a Madrid lo extrañaba todo, era un mundo nuevo, no me gustaba nada de comer… venía de la simplicidad campesina y pasé de no comer nada a comerme dos huevos fritos a diario, vivía familiarmente y no tenía sueldo. Aquel ambiente me deslumbró, porque yo era el niño paleto de entonces, y me deslumbró para bien, pero me daba miedo lo desconocido. Echaba de menos a mi madre, aunque no como ahora se echa de menos, entonces no existía el mimo. Y echaba de menos mi libertad…me cortaron el ala como a los pajarillos y pasé de volar libremente a volar limitadamente.
Con 13 años me trasladaron a la plaza de Cascorro nº15 para formarme mejor, Manolo y María me incorporaron como aprendiz interno. Me pagaban 50 pesetas al mes, además de cama y comida. Desde aquel año 1942 que me trasladé a Cascorro hasta hoy sigo en la plaza.
En la posguerra este barrio era un poco “casba”, había puestos del rastro todos los días, pero el ambiente era lamentable, hambre, miseria y compañía, chorizos, peras y prostitución. Esto me influyó porque me quedé muchas veces sólo detrás de la barra, al frente a la situación, “obligao te veas”. Aprendes a luchar y a sobrevivir. Muchas cosas aprendes en el aula y en el texto, pero… ¿y lo que aprendes en directo?
Cuando murió el señor Manolo yo tenía 15 años y su mujer María puso el local en traspaso. Mi hermana Nicanora pidió ayuda económica y se hizo con el local. Desde entonces pasamos a llevarlo Gabino, mi cuñado, y yo. Era pura taberna, no tenía comida. Mucho aguardiente temprano en la madrugada y té (25 céntimos), mucho vino, la cerveza no era muy popular, alguna aceituna… a la larga algún bacalao. Tiempo después vinieron del pueblo mi madre y mi hermana Valentina y empezamos a incluir más raciones, entre estas los caracoles guisados sencillamente con ajo, perejil y cebolla.
Me casé con mi Mujer Santa el 3 de julio del año 58, el negocio poco a poco fué a más, nuestros caracoles crecieron en popularidad porque a partir de entonces añadimos nuevos alicientes a la cocina, ampliando la variedad de ingredientes hasta llegar a las recetas de hoy en día.
Hasta el año 80 continuamos en el 15 y a partir de ese año nos trasladamos al 18 de Cascorro, local que años antes habíamos adquirido (año 72) y donde permanecemos en la actualidad. Mis hijos y mis nietos mantienen viva la llama y yo sigo echando leña al fuego. Total… 81 años en la Plaza de Cascorrro detrás de una barra de taberna. Si algo he aprendido en este tiempo es que no hay mejor universidad que la de la vida en directo, que no hay árboles sin nudos… todos tenemos defectos… y lo importante que es que te quieran, que te cuiden, que te den calor. Más vale que te calienten demasiado a que te congeles. Eso es lo que ofrecemos en la taberna, calor. No vendemos comida, ni bebida… vendemos cuidado, comunicación, compañía, atención, sociabilidad… vendemos amor… vendemos vida.